viernes, 12 de septiembre de 2014

Zona colonial de Coro: un recorrido inolvidable. Anotalo en tu lista.

      Mucho hablamos de nuestros viajes por ciudades hermosas de Venezuela, de la belleza de otros países y de su riqueza histórica, pero quizás nos hemos perdido de un viaje cerquita pero diferente. En muchas partes se habla de historia, en los museos coloniales de Coro la historia se siente en sus casas, se huele, se vive como leer un libro, como estar en una película.

        Durante mis años viviendo en Coro como estudiante llevé a  decenas de compañeros de estudios nacidos allí mismo y parecían descubrir un tesoro al que pasaban al lado cada día. Comenzaron a mirar distinto su ciudad hogar.

      La respiración se detenía cada día de mi vida al atravesar esta zona para llegar a la universidad, pasé tardes enteras admirando rincones majestuosos. Hasta el árbol que no parecía interesarle a nadie  tenia en sus hojas historias grabadas. Capítulos de nuestra Venezuela. 

        Enero de 2013. Un encuentro maravilloso al ver los museos remodelados, guías llevándonos en recorridos por primera vez junto a mi familia. Era inevitable sentir ese escalofrío al mirar el tunel en la Casa del Tesoro e imaginarse a nuestros antepasados escapando por estas vías. Es una invitación a entrar en el hogar de las familias que poblaron Coro en el nacimiento de Venezuela, sus estilos de vida, mirar sus aposentos, sus objetos, su sello familiar.

        




            Les invito a conocer la zona colonial de Coro. Podría invitarles a tantos parajes del mundo. Pero este es diferente y nos pertenece. Les invito a visitar sus museos. Les aseguro que vale la pena. Debería ser el primer viaje de nuestros hijos en su edad de aprendizaje sobre los pasos de nuestro país.

        

            Cuando descubrí que quienes menos visitamos los museos de Coro somos los mismos falconíanos, que hay personas  del mismo Coro que desconocen su existencia, inmediatamente imaginé a Don Tito Guerra susurrándome "Te lo dije, Coro solo necesita gente que la quiera"... tal vez no han conocido su vientre...Anoten esta visita. ¡Les va a encantar!

Lcda. Lourdes Díaz Güerere
CNP 18234



















En los museos más importantes del país se exhiben piezas importantes de la serie dabajuroide, artesanía indígena prehispánica admirada por el mundo entero...pero nunca se ha realizado una exhibición en Dabajuro....Ironías. 











































PERSONAJES: ANTONIO VARGAS "EL NEGRO SALOMÓN": UN SOLDADO DE CURARÍ

“ES QUE NADIE SABE

 QUIEN ES  ANTONIO 

VARGAS, SOLO CONOCEN 

AL NEGRO SALOMÓN”.

Asi me dijo textuamente antes de iniciar esta entrevista en los arboles de mis letras. 

Tenía una especie de museo improvisado pero con piezas hermosas. 

Por eso envié este artículo a diversos medios para publicarlo como uno de los artesanos de la madera más importante del occidente falconiano. 

Perfil y redacción poco atractiva para los medios viniendo de una pasante.

 Este trabajo se hizo el 04 de abril de año 2006. 

Quiero compartir esta historia con olor a curarí, con sudor de carpintero artesanal. Aunque ya casi todas sus piezas y su trabajo se perdieron entre la aridez de lo que no podríamos entender en nuestra naturaleza humana, pero queda el testimonio de un gran trabajo hecho a mano y en Dabajuro.


 

Lourdes Díaz Güerere/Pasante UNICA, 2006
Texto y fotos



            La nube de polvo y humo que interrumpe una larga espera es el indicio más cercano que anuncia la llegada de aquel hombre a quien todos en la comunidad parecen conocer, pero cuya esencia se encuentra plasmada en la lejanía de un sentir en la que es difícil percibir lo que está guardado en un corazón que, sin querer, todos presumen está hecho también de madera. Una sensación de incertidumbre, propia de los encuentros anunciados entre extraños, invade de inmediato el ambiente, sobre todo porque una de las referencias en las que hace mayor hincapié la voz del entorno habla sobre el carácter recio y esquivo de quien será el objeto de un manojo de incógnitas que se han formulado con antelación, pero que pierden vigencia al observar la firmeza con la baja de su moto un tronco de madera del cual es fácil suponer tiene todo un significado para él.

            Levantarse de la banqueta improvisada era apremiante como el gesto infalible de una bienvenida sin palabras, el mismo silencio nos invita a saludar, cuando recae una interrupción firme que invierte el orden del interrogatorio: ¿Usted es la periodista que me anda buscando por ahi?, siendo este el momento cuando un conveniente “sí” se dejan entrever, asintiendo solo para no perder el tiempo de detallar las facciones interesantes de un hombre que a sus 72 años se mantiene erguido, imponiendo su altura y disposición a la acción. La primera instrucción de la tarde: Si va a pasar al tallercito, ojalá no llueva, porque nos mojamos más adentro que afuera.
           


          Pero ni la advertencia, ni el verde intenso del uniforme militar que porta, ni la profundidad de su piel negra, su altura o sus rasgos tan definidos en el rostro captan tanto la atención. Las miradas ajenas a sus ojos son traicionadas para no dejar de observar que le faltan varios dedos de ambas manos, pero antes de si quiera decirle palabra alguna en lo que sería el itinerario de entrevista se apresuró a comentar: Los dedos que me faltan fueron por los machetazos trabajando la madera, pero ni con eso dejo de hacer lo que tanto me gusta, si se me acaban las manos, arranco con los pies.


            Ya esa información omitía varias preguntas, entre ellas la pasión que sentía por su trabajo. Frente al artesano de la madera quedaban varias asignaciones imaginarias, entre ellas, encontrar el camino a sus sentimientos, manifestando de viva voz que él se siente feliz trabajando con la madera pero que las remuneraciones por este oficio son tan pocas que le obliga a seguir su trabajo como miembro de la reserva militar.

            Nació en Dabajuro, Estado Falcón el 02 de septiembre de 1935. Sus ansias de hablar sobre su trabajo con la madera le impiden aportar cualquier otro dato sobre su vida. Comenta que es suficiente con que se sepa que su esposa es Eduarda Regina Prieto, que tiene 10 hijos y 26 nietos, a quienes sueña con ver inmensamente felices y darles todo lo que necesitan para su bienestar. Mi mamá fue una gran mujer, tuvo 12 hijos, era hiladora y se llamaba Ana Vargas, ella me puso por nombre Antonio Vargas, pero todos me dicen El Negro Salomón porque mi papá fue Salomón Millano y decían de pequeño que yo era el hijo negro de Salomón, cuando me preguntan les digo: yo no soy Antonio Vargas porque nadie sabe quien soy, asi que ya me acostumbré a ser El Negro Salomón.
            Desde hace 35 años el tronco de un árbol dejo de ser ante sus ojos lo que ven todos y para él se convierte en una pieza única, inconfundible y perfecta. Dice que cada trabajo es como su alma y que en ellos deja sus sueños.
            Conoce muy bien las labores del campo. Nada le parece ajeno en estos menesteres, desde mandadero, ordeñador, cortador de pasto, hasta caporal de hato. Además de proporcionarle el sustento familiar, en este entorno tuvo su encuentro furtivo con la materia prima para definir cada creación. Manifiesta no acordarse de cual fue su primera obra con la madera, pero desde que comenzó no se ha podido despegar de una relación que le proporciona una satisfacción infinita.
            Un día del cual no tiene interés de esmerarse en recordar la puntualidad, en el año 1960, decidió atender el llamado de la patria y formarse como militar en Puerto Cabello. Allí aprendió a valorar, a servir, a ser útil y responsable. La rectitud le llevó a amar este oficio, el cual dignamente asumió por varios años y del cual recuerda le enseñó grandes cosas de la vida, pero sobre todo a querer a Venezuela como un fiel soldado. Labor que ha retomado como miembro activo de la reserva, por ello en la comunidad están acostumbrados a su presencia en cada actividad que requiera de sus servicios, sobre todo en la organización de jornadas de atención al público. Hasta estuve en la guerra, la del Porteñazo y el Carupanazo, las balas me atravesaron pero no me morí- comenta inmodesto.


            Sin saber como llamarle para comenzar a merecer su simpatía, ensayando con decirle simplemente: Salomón, cuénteme lo que guste quedando en el olvido todas las preguntan planteadas para darle paso a la espontaneidad que merece un anfitrión que con aplomo decide lo que quiere que se conozca sobre él. La paciencia de sus gestos firmes y la serenidad de su mirada son la prueba de que las experiencias de la vida no pueden ser otra cosa que la gran escuela en la que no necesitamos más referencia que la convicción misma de querer crecer.
            En la pequeña habitación de barro, anexa a la casa rural donde convive la familia, abunda el tejido interminable de tela de araña del cual es fácil suponer lleva mucho tiempo enlazado con el aserrín que queda como muestra de los muchos trabajos que se han llevado a cabo en este lugar, pero a pesar de estos elementos, un destello de luz se impone al cautivar el llamado de las piezas de madera terminadas que se exhiben en tablas que penden de la pared que ya parece sucumbir a los estragos del tiempo. Piezas grandes y pequeñas, enmarcadas en lo estrictamente artesanal atraen infinitamente. Copas, trompos, vasos, tazas, jarras, lámparas, barriles, casitas, bisutería, tablas de cocina, botellas, sillas, puertas, entre otras tantas creaciones parecen confabularse para ser el escenario perfecto de un cuento medieval o simplemente de un mundo de madera.

            Estar allí es como visitar un museo, todo es para apreciarlo con detalle y nuevamente el silencio deja de existir para que este soldado de madera explique detalles de suma importancia para él: yo trabajo con Vera y Curarí, esa es la madera perfecta para mis piezas, yo mismo la escojo y la corto con cuidado, me la traigo a la casa en la moto, la imagino, la moldeo con instrumentos simples como el machete, navaja y lija. Estos detalles cuentan un proceso cuya herramienta principal, aunque no fue contabilizada en su relato, es el amor incondicional a este arte y la satisfacción que siente con cada objeto que fabrica.

            Fíjese que yo he hecho hasta escritorios, sillas, puertas y mesas a pura mano;  afirma con un orgullo limpio, que solo puede venir del alma de quien ama lo que hace y que se sacrifica por lograr su meta. Expresa también lo difícil que le es conseguir el material necesario para el acabado de sus piezas. La lija, pintura y elementos decorativos generalmente son regalados por sus amigos.
            El Negro Salomón es uno de los pocos expositores que fielmente se mantiene en las exhibiciones artesanales del occidente falconiano, defiende su arte por encima de todo. Es firme en la esperanza al sostener que vendrán tiempos mejores, cree en las ideas revolucionarias y dice que sabe que le van a ayudar a salir adelante, a pesar de su descontento por el poco valor que percibe de la comunidad hacia su trabajo ya que dice que por sus piezas quieren pagar mucho menos de lo que valen y que opta muchas veces por regalarla a sus amigos antes que venderlas por tan poco, pero que en ocasiones la necesidad le hace pasar por encima de sus principios y termina por acceder al acostumbrado regateo de quienes ven sus muestras.

            En el marco del XX aniversario de la autonomía del Municipio Dabajuro recibió el reconocimiento del Concejo Municipal con la máxima distinción que emana de esta dependencia como lo es la Orden Rogerio Espinoza en su primera clase, en un emotivo acto donde se hizo saber el valor que tiene su talento para todo un pueblo. En este mismo acto manifestó su alegría pero también sus necesidades y como un gesto de compromiso la Alcaldía del Municipio le entregó una motosierra y una caladora, siendo éstos los únicos instrumentos eléctricos con los que cuenta para elaborar su trabajo.



            El sueño del Negro Salomón es poder consolidar una escuela para enseñar a los jóvenes a trabajar la madera, contribuyendo así con el futuro de un pueblo al que expresa un amor infinito: conozco la historia de Dabajuro de cabo a rabo y me da miedo morirme y no haber enseñado a nadie a hacer cosas con la madera, quiero que mantengan viva esta tradición, por eso le pido a Dios un tiempito más mientras los 08 alumnos que tengo aprenden algo.
            Una necesidad de apoyo no requiere mayor expresión que las carencias que se dibujan en su rostro;  y esa es una lección de vida: quien es verdaderamente humilde carece de la osadía de tocar puertas para solicitar ayuda. El deterioro de la vivienda, dejar de hacerse un tratamiento médico, su vestir desgastado y el cansancio que lleva impreso en su mirada solo se puede traducir en privaciones. Ese es el caso de nuestro soldado de curarí: De todos los troncos de madera prefiero al curarí porque se amolda más a lo que hago.

            Sin saber cuando podrá darse un nuevo encuentro con este artesano, queda firme en el pensamiento la idea de ayudarle. Aunque en ningún momento  pidió este auxilio, se trata de un compromiso asumido en silencio, es como haber escrito una carta en el corazón para contribuir en la cristalización de un sueño.
            Ya no importa su nombre, sea Antonio Vargas o el Negro Salomón, es lo mismo para quienes ven desde el vitral su mundo de madera, que aunque la tela de araña haga borroso el horizonte, permanece el destello de una luz que propicia la esperanza en cada pieza creada a imagen y semejanza de su ilusión.

            La despedida ya era una invitación para regresar pronto a este lar impregnado por el aserrín. Un próximo encuentro no puede darse con las manos vacías. Un manojo de buenas nuevas han de ser el presente que el Negro Salomón merece recibir en cada visita. Ya cambió la idea acerca de su corazón duro. Al decir adiós ya no era el hombre intransigente, ni recio…solo de curarí.