“ES QUE NADIE SABE
QUIEN ES ANTONIO
VARGAS, SOLO CONOCEN
AL NEGRO SALOMÓN”.
Asi me dijo textuamente antes de iniciar esta entrevista en los arboles de mis letras.
Tenía una especie de museo improvisado pero con piezas hermosas.
Por eso envié este artículo a diversos medios para publicarlo como uno de los artesanos de la madera más importante del occidente falconiano.
Perfil y redacción poco atractiva para los medios viniendo de una pasante.
Este trabajo se hizo el 04 de abril de año 2006.
Quiero compartir esta historia con olor a curarí, con sudor de carpintero artesanal. Aunque ya casi todas sus piezas y su trabajo se perdieron entre la aridez de lo que no podríamos entender en nuestra naturaleza humana, pero queda el testimonio de un gran trabajo hecho a mano y en Dabajuro.
Lourdes Díaz Güerere/Pasante UNICA, 2006
Texto y fotos
La nube de polvo y humo que
interrumpe una larga espera es el indicio más cercano que anuncia la llegada de
aquel hombre a quien todos en la comunidad parecen conocer, pero cuya esencia
se encuentra plasmada en la lejanía de un sentir en la que es difícil percibir
lo que está guardado en un corazón que, sin querer, todos presumen está hecho
también de madera. Una sensación de incertidumbre, propia de los encuentros
anunciados entre extraños, invade de inmediato el ambiente, sobre todo porque
una de las referencias en las que hace mayor hincapié la voz del entorno habla
sobre el carácter recio y esquivo de quien será el objeto de un manojo de
incógnitas que se han formulado con antelación, pero que pierden vigencia al observar
la firmeza con la baja de su moto un tronco de madera del cual es fácil suponer
tiene todo un significado para él.
Levantarse de la banqueta
improvisada era apremiante como el gesto infalible de una bienvenida sin
palabras, el mismo silencio nos invita a saludar, cuando recae una interrupción
firme que invierte el orden del interrogatorio: ¿Usted es la periodista que me anda buscando por ahi?, siendo este
el momento cuando un conveniente “sí” se dejan entrever, asintiendo solo para
no perder el tiempo de detallar las facciones interesantes de un hombre que a
sus 72 años se mantiene erguido, imponiendo su altura y disposición a la
acción. La primera instrucción de la tarde: Si va a pasar al tallercito, ojalá no llueva, porque nos mojamos más
adentro que afuera.
Pero ni la advertencia, ni el verde
intenso del uniforme militar que porta, ni la profundidad de su piel negra, su
altura o sus rasgos tan definidos en el rostro captan tanto la atención. Las
miradas ajenas a sus ojos son traicionadas para no dejar de observar que le
faltan varios dedos de ambas manos, pero antes de si quiera decirle palabra
alguna en lo que sería el itinerario de entrevista se apresuró a comentar: Los dedos que me faltan fueron por los
machetazos trabajando la madera, pero ni con eso dejo de hacer lo que tanto me
gusta, si se me acaban las manos, arranco con los pies.
Ya esa información omitía varias
preguntas, entre ellas la pasión que sentía por su trabajo. Frente al artesano
de la madera quedaban varias asignaciones imaginarias, entre ellas, encontrar
el camino a sus sentimientos, manifestando de viva voz que él se siente feliz
trabajando con la madera pero que las remuneraciones por este oficio son tan
pocas que le obliga a seguir su trabajo como miembro de la reserva militar.
Nació en Dabajuro, Estado Falcón el
02 de septiembre de 1935. Sus ansias de hablar sobre su trabajo con la madera
le impiden aportar cualquier otro dato sobre su vida. Comenta que es suficiente
con que se sepa que su esposa es Eduarda Regina Prieto, que tiene 10 hijos y 26
nietos, a quienes sueña con ver inmensamente felices y darles todo lo que
necesitan para su bienestar. Mi mamá fue
una gran mujer, tuvo 12 hijos, era hiladora y se llamaba Ana Vargas, ella me
puso por nombre Antonio Vargas, pero todos me dicen El Negro Salomón porque mi
papá fue Salomón Millano y decían de pequeño que yo era el hijo negro de
Salomón, cuando me preguntan les digo: yo no soy Antonio Vargas porque nadie
sabe quien soy, asi que ya me acostumbré a ser El Negro Salomón.
Desde hace 35 años el tronco de un
árbol dejo de ser ante sus ojos lo que ven todos y para él se convierte en una
pieza única, inconfundible y perfecta. Dice que cada trabajo es como su alma y
que en ellos deja sus sueños.
Conoce muy bien las labores del
campo. Nada le parece ajeno en estos menesteres, desde mandadero, ordeñador,
cortador de pasto, hasta caporal de hato. Además de proporcionarle el sustento
familiar, en este entorno tuvo su encuentro furtivo con la materia prima para
definir cada creación. Manifiesta no acordarse de cual fue su primera obra con
la madera, pero desde que comenzó no se ha podido despegar de una relación que
le proporciona una satisfacción infinita.
Un día del cual no tiene interés de
esmerarse en recordar la puntualidad, en el año 1960, decidió atender el
llamado de la patria y formarse como militar en Puerto Cabello. Allí aprendió a
valorar, a servir, a ser útil y responsable. La rectitud le llevó a amar este
oficio, el cual dignamente asumió por varios años y del cual recuerda le enseñó
grandes cosas de la vida, pero sobre todo a querer a Venezuela como un fiel
soldado. Labor que ha retomado como miembro activo de la reserva, por ello en la
comunidad están acostumbrados a su presencia en cada actividad que requiera de
sus servicios, sobre todo en la organización de jornadas de atención al
público. Hasta estuve en la guerra, la
del Porteñazo y el Carupanazo, las balas me atravesaron pero no me morí-
comenta inmodesto.
Sin saber como llamarle para
comenzar a merecer su simpatía, ensayando con decirle simplemente: Salomón, cuénteme lo que guste quedando
en el olvido todas las preguntan planteadas para darle paso a la espontaneidad
que merece un anfitrión que con aplomo decide lo que quiere que se conozca
sobre él. La paciencia de sus gestos firmes y la serenidad de su mirada son la
prueba de que las experiencias de la vida no pueden ser otra cosa que la gran
escuela en la que no necesitamos más referencia que la convicción misma de
querer crecer.
En la pequeña habitación de barro,
anexa a la casa rural donde convive la familia, abunda el tejido interminable
de tela de araña del cual es fácil suponer lleva mucho tiempo enlazado con el
aserrín que queda como muestra de los muchos trabajos que se han llevado a cabo
en este lugar, pero a pesar de estos elementos, un destello de luz se impone al
cautivar el llamado de las piezas de madera terminadas que se exhiben en tablas
que penden de la pared que ya parece sucumbir a los estragos del tiempo. Piezas
grandes y pequeñas, enmarcadas en lo estrictamente artesanal atraen
infinitamente. Copas, trompos, vasos, tazas, jarras, lámparas, barriles,
casitas, bisutería, tablas de cocina, botellas, sillas, puertas, entre otras
tantas creaciones parecen confabularse para ser el escenario perfecto de un
cuento medieval o simplemente de un mundo de madera.
Estar allí es como visitar un museo,
todo es para apreciarlo con detalle y nuevamente el silencio deja de existir
para que este soldado de madera explique detalles de suma importancia para él: yo trabajo con Vera y Curarí, esa es la
madera perfecta para mis piezas, yo mismo la escojo y la corto con cuidado, me
la traigo a la casa en la moto, la imagino, la moldeo con instrumentos simples
como el machete, navaja y lija. Estos detalles cuentan un proceso cuya
herramienta principal, aunque no fue contabilizada en su relato, es el amor incondicional
a este arte y la satisfacción que siente con cada objeto que fabrica.
Fíjese
que yo he hecho hasta escritorios, sillas, puertas y mesas a pura mano; afirma con un orgullo limpio, que solo puede
venir del alma de quien ama lo que hace y que se sacrifica por lograr su meta.
Expresa también lo difícil que le es conseguir el material necesario para el
acabado de sus piezas. La lija, pintura y elementos decorativos generalmente
son regalados por sus amigos.
El Negro Salomón es uno de los pocos
expositores que fielmente se mantiene en las exhibiciones artesanales del
occidente falconiano, defiende su arte por encima de todo. Es firme en la
esperanza al sostener que vendrán tiempos mejores, cree en las ideas
revolucionarias y dice que sabe que le van a ayudar a salir adelante, a pesar
de su descontento por el poco valor que percibe de la comunidad hacia su
trabajo ya que dice que por sus piezas quieren pagar mucho menos de lo que
valen y que opta muchas veces por regalarla a sus amigos antes que venderlas
por tan poco, pero que en ocasiones la necesidad le hace pasar por encima de
sus principios y termina por acceder al acostumbrado regateo de quienes ven sus
muestras.
En el marco del XX aniversario de la
autonomía del Municipio Dabajuro recibió el reconocimiento del Concejo
Municipal con la máxima distinción que emana de esta dependencia como lo es la
Orden Rogerio Espinoza en su primera
clase, en un emotivo acto donde se hizo saber el valor que tiene su talento
para todo un pueblo. En este mismo acto manifestó su alegría pero también sus
necesidades y como un gesto de compromiso la Alcaldía del Municipio le entregó
una motosierra y una caladora, siendo éstos los únicos instrumentos eléctricos
con los que cuenta para elaborar su trabajo.
El sueño del Negro Salomón es poder
consolidar una escuela para enseñar a los jóvenes a trabajar la madera,
contribuyendo así con el futuro de un pueblo al que expresa un amor infinito: conozco la historia de Dabajuro de cabo a
rabo y me da miedo morirme y no haber enseñado a nadie a hacer cosas con la
madera, quiero que mantengan viva esta tradición, por eso le pido a Dios un
tiempito más mientras los 08 alumnos que tengo aprenden algo.
Una necesidad de apoyo no requiere
mayor expresión que las carencias que se dibujan en su rostro; y esa es una lección de vida: quien es
verdaderamente humilde carece de la osadía de tocar puertas para solicitar
ayuda. El deterioro de la vivienda, dejar de hacerse un tratamiento médico, su
vestir desgastado y el cansancio que lleva impreso en su mirada solo se puede
traducir en privaciones. Ese es el caso de nuestro soldado de curarí: De todos los troncos de madera prefiero al
curarí porque se amolda más a lo que hago.
Sin saber cuando podrá darse
un nuevo encuentro con este artesano, queda firme en el pensamiento la idea de
ayudarle. Aunque en ningún momento pidió
este auxilio, se trata de un compromiso asumido en silencio, es como haber
escrito una carta en el corazón para contribuir en la cristalización de un
sueño.
Ya no importa su nombre, sea Antonio
Vargas o el Negro Salomón, es lo mismo para quienes ven desde el vitral su
mundo de madera, que aunque la tela de araña haga borroso el horizonte,
permanece el destello de una luz que propicia la esperanza en cada pieza creada
a imagen y semejanza de su ilusión.
La despedida ya era una invitación
para regresar pronto a este lar impregnado por el aserrín. Un próximo encuentro
no puede darse con las manos vacías. Un manojo de buenas nuevas han de ser el
presente que el Negro Salomón merece recibir en cada visita. Ya cambió la idea
acerca de su corazón duro. Al decir adiós ya no era el hombre intransigente, ni
recio…solo de curarí.